miércoles, 21 de mayo de 2014

FRAUDE CIENTÍFICO

Uno de los casos de fraude científico más famosos de la historia es El Hombre de Piltdown. Este fraude duró 40 años sin identificarlo.

Se encontró un fósil en 1912 en Sussex, Gran Bretaña, que se identificó como el eslabón perdido de la especie humana. Se afirmó que tenía unos 500.000 años de antigüedad. Esto les proporcionaba a los investigadores ingleses un homínido propio y no uno cualquiera, la bóveda craneal era humana pero la mandíbula tenía aspectos simiescos.

Pero en 1953 unos investigadores del Museo Británico afirmaron que era falso, se dijo que la bóveda craneal era humana pero que no tenía más 50.000 años y que la mandíbula era de un orangután y había sido teñida para que encajasen los colores perfectamente.

No se sabe quien cometió el fraude pero fue en una época en la que había muchos científicos importantes en esta rama de la ciencia.
 

La historia de este engaño comenzó y se basó en unos restos óseos (en concreto un cráneo parcial, un diente suelto y una mandíbula con dientes) descubiertos en Inglaterra en 1912, en Piltdown, un pueblo de Sussex. Un obrero los encontró en una cantera, y se los entregó al arqueólogo aficionado Charles Dawson, que los presentó, junto con el eminente paleontólogo Smith Woodward (del Museo Británico), en la Sociedad Geológica de Londres.

Durante años se mantuvo el debate sobre el origen de estos restos, y la prensa dijo que muy probablemente correspondieran al eslabón perdido, denominándolo Eoanthropus dawsonii. Estos restos fueron aceptados por la comunidad científica sin mayores análisis, debido principalmente a que era perfecto e idéntico a la idea de aquella época sobre el eslabón perdido. La idea de esa época era que el eslabón tenía que haber tenido un gran cerebro pero igualmente presentar rasgos simiescos, y posteriormente haber evolucionado a una apariencia humana; idea contraria a la existente ahora y que presentan los fósiles verdaderos.No obstante, comenzaron a surgir cada vez más dudas sobre la antigüedad y el origen de esos restos.

Finalmente, el dentista A.T. Marston, determinó que los dientes de ese esqueleto correspondían evidentemente a un orangután, el diente suelto a un mono y el cráneo a un ser humano (Homo sapiens): a partir de entonces, los análisis del contenido en flúor de los huesos demostraron que el enterramiento había sido intrusivo, así como que el color ferruginoso oscuro de los huesos se debía a un tratamiento químico, para uniformar las diferencias de color entre la mandíbula (más moderna) y el cráneo (más antiguo).

Nadie sabe quién cometió el fraude, y algunos lo atribuyen a los descubridores originales, señalando sobre todo a Dawson, motivado por el hecho de que en las islas británicas no había sido descubierto ningún fósil humano, mientras que en el resto de Europa y fundamentalmente en África sí. Sin embargo, el profesor Douglas dejó a su muerte una cinta magnética en la que señalaba que el autor de la falsificación fue el archifamoso profesor Sollas, que pretendía con ello desprestigiar a su rival Woodward.

A pesar del fraude, se ha erigido, por suscripción popular, en el lugar donde se descubrieron los huesos, un monumento honorífico a estos restos: el propio Woodward asistió a la inauguración.
 

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